China tiene metales de tierras raras. Estados Unidos y Brasil tienen soya.

A pesar de todos los controles férreos que China mantiene en las cadenas de suministro mundiales, el país depende enormemente de la soya de otros lugares. China importa tres quintas partes de toda la soya que se comercia en los mercados internacionales. Ahora, con China y Estados Unidos enfrascados en un tenso enfrentamiento por los aranceles, la soya se ha convertido en un punto central de disputa entre ambos socios comerciales.

China ha estado boicoteando las compras de soya estadounidense desde finales de mayo para mostrar su descontento con la imposición de aranceles a las importaciones procedentes de China por parte del presidente Donald Trump. El golpe se está sintiendo en los estados del Medio Oeste, especialmente en Illinois, Iowa, Minnesota e Indiana. Por primera vez en muchos años, los agricultores estadounidenses se preparan para recoger su cosecha este otoño sin órdenes de compra de China.

«Cuanto más nos adentremos en el otoño sin llegar a un acuerdo sobre la soya con China, peores serán las repercusiones para los agricultores de soya estadounidenses», advirtió la Asociación Estadounidense de la Soya en una carta dirigida a Trump el 19 de agosto.

Pero el estancamiento también representa riesgos para China. Brasil, que recogerá su cosecha a principios del año próximo, es el único otro país con suficiente soya para satisfacer la demanda de China y con suficientes trenes y capacidad portuaria para trasladarla a ese país.

«Creo que probablemente podrían prescindir de la soya estadounidense este otoño, pero si Brasil tiene alguna sequía o inundación que afecte a sus cosechas el año próximo, eso pondría a China en una situación difícil», dijo Darin Friedrichs, director gerente de Sitonia Consulting, una empresa de investigación especializada en la agricultura china.

En China, este año se espera una cosecha récord de soya, y a los agricultores como Zhou Ping les está yendo muy bien. Con una demanda fuerte, los precios están subiendo, y este verano ha traído un equilibrio casi perfecto de sol y lluvia.

«La de este año es la mejor cosecha de soya que he visto en años», dijo, de pie al borde de su campo verde oscuro de plantas que llegan a la altura de los muslos.

Sin embargo, incluso con una cosecha probable de 21 millones de toneladas este año, China necesitará importar entre 100 y 105 millones de toneladas más.

La inmensa necesidad que tiene China de importar soya –suficiente cada año para llenar más de 30 veces el Superdome de Nueva Orleans– refleja un cambio hacia las dietas ricas en proteína a medida que los niveles de vida han aumentado en los últimos 30 años. China cría ahora grandes cantidades de cerdos y pollos.

China importa soya modificada genéticamente para alimentar a estos animales. Las modificaciones genéticas están casi totalmente prohibidas en China, y la soya cultivada en China se destina principalmente al consumo humano, sobre todo en tofu y leche de soya.

Antes de la primera guerra comercial de Trump con Pekín en 2018, China compraba entre un cuarto y un tercio de la cosecha estadounidense. Desde entonces, China ha intentado desarrollar alternativas, pero solo Brasil ha conseguido aumentar significativamente los suministros al mercado chino.

China compró el 71 por ciento de sus importaciones de soya el año pasado a Brasil, cuando un clima casi perfecto dio lugar a una cosecha récord.

Estados Unidos suministró el 21 por ciento del total de la soya importada por China el año pasado. No obstante, esta cosecha es la mayor exportación restante de Estados Unidos a China. Pekín ha sustituido sistemáticamente las importaciones de maquinaria agrícola y otros productos manufacturados avanzados procedentes de Estados Unidos mediante el programa Hecho en China 2025, destinado a impulsar la autosuficiencia del país.

China ha hecho un esfuerzo concertado para cultivar más soya, para lo cual ha utilizado amplios subsidios gubernamentales. A pesar del éxito de la cosecha de este año, los resultados de ese esfuerzo han sido mixtos.

Los principales cultivadores del país se encuentran en la provincia de Heilongjiang, en el noreste de China, junto a la Siberia rusa. Pero han tardado en aumentar la producción.

El gobierno paga a los agricultores de gran parte de Heilongjiang un subsidio equivalente a unos 17 dólares por acre (casi media hectárea) para cultivar maíz y a unos 300 dólares para cultivar soya. Sin embargo, en los pueblos cercanos a Harbin, la capital provincial, y a Heihe, en la frontera del río Amur con Rusia, la mayoría de los campos siguen cubiertos de maíz.

Los agricultores que plantaron soya dijeron que sus vecinos se negaban a cambiar de cultivo.

La regla general en Heilongjiang es que una tonelada de maíz se vende a la mitad que una de soya. Sin embargo, un acre de tierra cultivada con maíz suele producir tres veces más alimentos. Por eso los agricultores pueden ganar más dinero con el maíz que con la soya, incluso tomando en cuenta los subsidios.

Heilongjiang, como la mayor parte de la China rural, tiene una importante escasez de trabajadores, ya que los jóvenes se marchan a las ciudades. Ellos ganan salarios que van a la alza en las fábricas del país, que también tienen escasez de trabajadores pero pagan mucho más que la agricultura.

«El maíz es fácil de cultivar porque da menos problemas; la soya requiere más cuidados y mantenimiento, y si no se maneja correctamente, se llenará de malas hierbas», dijo Jia Yinghai, un agricultor de Dawusili, un pueblo cercano a Heihe.

Durante el primer gobierno de Trump, cuando Pekín interrumpió brevemente las compras de soya estadounidense, mucha gente pensó que Rusia podría ayudar a China a reducir su dependencia de las importaciones estadounidenses.

Algunas empresas chinas ya operan granjas de soya al otro lado del río Amur, en Siberia. Pero sus esfuerzos por expandirse han encontrado problemas.

Por un lado, la línea ferroviaria china que va hacia el sur desde la frontera rusa en Heihe cobra tarifas de transporte más elevadas que el sistema nacional chino, explicó Zhou Rui, director general de la Compañía de Desarrollo Agrícola Heihe Beifeng Yuandong, una empresa de Heihe con granjas de soya en Rusia. La empresa tiene molinos de trituración de soya en Heihe que extraen el aceite de soya, que se utiliza en la cocina, y dejan la harina de soya, que se utiliza como alimento para animales.

Los camiones envían el aceite de soya de alto valor de Heihe Beifeng al sur. Pero a la compañía le ha resultado difícil convencer a las grandes empresas de cría de pollos y cerdos situadas a 2400 kilómetros de distancia, en el centro de China, de que compren su harina de soya, dijo Zhou, quien no es pariente del agricultor con el que comparte apellido.

Para empeorar las cosas, Rusia cambió su política sobre la soya después de invadir Ucrania en 2022. Rusia introdujo un impuesto de aproximadamente el 20 por ciento sobre las exportaciones de soya sin triturar. El impuesto disuadió a los agricultores de enviar sus cosechas a China.

El sistema ferroviario ruso también proporciona el envío gratuito de harina de soya a las granjas ganaderas del oeste de Rusia, que suministran carne a sus soldados en el frente. Este es otro incentivo para que la soya cultivada en la Siberia rusa sea trasladada al oeste, y no al sur, hacia China.

El año pasado, las exportaciones rusas de soya a China se redujeron a la mitad y representaron solo el 0,6 por ciento de las importaciones totales de soya de China.

En conjunto, China vende de tres a cuatro veces más en mercancías a Estados Unidos de lo que le compra, un desequilibrio que el presidente Trump está intentando resolver. «Espero que China cuadruplique rápidamente sus pedidos de soya», escribió el mes pasado en redes sociales.

Sin embargo, mientras negocia con Estados Unidos sobre la soya, China podría tener otra carta bajo la manga: reservas estratégicas de soya para utilizarlas en caso de guerra, desastre agrícola u otras crisis. Aunque la magnitud exacta de las reservas es un secreto de Estado, el gobierno estadounidense estimó recientemente que Pekín podría tener 45 millones de toneladas de soya o el equivalente a dos años de importaciones de Estados Unidos.

Por otro lado, está menos claro cuánto de esa reserva de emergencia está dispuesta a utilizar China en una guerra comercial.

Li You colaboró con la investigación.

Keith Bradsher es el jefe de la corresponsalía de Pekín del Times. Antes fue jefe del buró en Shanghái, Hong Kong y Detroit, y corresponsal en Washington. Ha vivido e informado en China continental durante la pandemia.

Li You colaboró con la investigación.

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