Por Rodrigo García. Director Unidad Comercial Andinos de Syngenta (Chile, Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela)
Cuidar la biodiversidad no es una opción, es una necesidad social, ambiental y económica. Es fundamental recordar que la agricultura depende de suelos vivos y de miles de especies esenciales que sostienen los ecosistemas. Como líderes del sector agrícola, tenemos la responsabilidad de generar un impacto positivo y avanzar con acciones que aseguren el equilibrio natural del que depende nuestro futuro.
En ese contexto, la agricultura regenerativa surge como una forma innovadora y necesaria de producir alimentos, donde la productividad va de la mano con la salud del suelo, el uso responsable del agua y la conservación de la biodiversidad. Este enfoque promueve prácticas como la cobertura vegetal permanente, la rotación de cultivos, la incorporación de materia orgánica y la mínima alteración del suelo, que han demostrado mejorar su estructura, aumentar la materia orgánica y fomentar comunidades microbianas beneficiosas.
La evidencia muestra que, cuando se aplican correctamente, estas prácticas pueden aumentar el carbono orgánico del suelo, lo que no solo mejora su fertilidad, sino que también permite capturar CO₂ y mitigar los efectos del cambio climático.
Según estudios realizados por la Universidad de Chile durante dos décadas (2000–2020), mantener los residuos de cosecha sobre la superficie del suelo aumenta significativamente los niveles de carbono orgánico, fortaleciendo su rol como sumidero de carbono y mejorando su estructura, fertilidad y capacidad de retención de agua. Recordemos que, aunque el 29 % de la superficie terrestre es apta para la agricultura, cerca del 60 % de ella no está disponible para cultivarse, y más del 50 % de los suelos agrícolas están degradados a nivel global. Regenerarlos es clave para enfrentar los desafíos que implica alimentar en forma segura a una población creciente.
En este camino, iniciativas como el fomento de franjas florales y prácticas agrícolas respetuosas con los polinizadores han demostrado que es posible cultivar restaurando hábitats clave. Pero ningún esfuerzo aislado basta. Lo que necesitamos es un cambio estructural y colectivo, donde agricultores, empresas, centros de investigación y gobiernos trabajen juntos para hacer de la biodiversidad una prioridad transversal del sistema alimentario.