• El mundo produce más de 400 millones de toneladas de plásticos cada año y más de la mitad de esta producción son plásticos de un solo uso, como envases, embalajes y bolsas. Detrás de estas cifras, hay una geopolítica compleja. China lidera como el mayor productor, seguida por Estados Unidos y Arabia Saudita, siendo otros actores relevantes India y Japón. Sin embargo, gran parte del negocio está ligado a los gigantes petroleros del Golfo Pérsico, donde el bajo costo de extracción de hidrocarburos permite fabricar plásticos a precios muy competitivos. En otras palabras, mientras la transición energética avanza lentamente, los países productores de petróleo encuentran en los plásticos una vía económica alternativa para mantener su modelo extractivo.

El dilema es que los plásticos son, al mismo tiempo, una amenaza y una necesidad. Los plásticos están presentes en nuestras vidas. Por ejemplo, en salud, permiten fabricar jeringas, guantes y prótesis que salvan vidas. En la pesca, son esenciales para redes y boyas que sostienen economías costeras. En la industria, abaratan procesos y mejoran la durabilidad de equipos. Y en la vida cotidiana, desde envases hasta dispositivos electrónicos, son prácticamente insustituibles. Por ello, pedir que el mundo abandone los plásticos de un día para otro es tan irreal como pedir que dejemos de usar electricidad.

Distintos estudios científicos revelan los impactos socioambientales de estas sustancias. Los microplásticos invaden océanos, ríos y suelos, dañando ecosistemas y entrando en la cadena alimenticia. En la salud humana, ya se detectan partículas en la sangre y en la placenta, con riesgos aún no dimensionados. La basura plástica que no se recicla —más del 70% a nivel global— es una evidencia de que el problema no es solo tecnológico, sino cultural y económico.

La discusión pública suele plantear el dilema como una lucha ambiental: ¿cómo eliminar los plásticos? La respuesta es más profunda y con aristas más allá de lo ambiental. No se trata solo de prohibir bolsas o bombillas, sino de replantear el modelo económico que premia el consumo desechable y subsidia al petróleo. Mientras no se aborde el problema desde el modelo económico y transaccional, las soluciones ambientales solo serán transitorias para un problema con impactos en el largo plazo.

Los plásticos son un reflejo de nuestra contradicción: necesitamos de ellos para vivir, pero vivimos amenazados por su exceso. Resolver este dilema exige más que campañas de reciclaje. requiere el desarrollo de políticas públicas y acuerdos geopolíticos que aborden la raíz económica del problema. Solo así, la pregunta inicial dejará de ser una disyuntiva y se transformará en una oportunidad de futuro.

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Equipo Prensa
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