Patricia Poblete, Académica Facultad de Medicina Veterinaria y Agronomía Universidad de Las Américas
Cada 7 de julio celebramos el Día Internacional de la Conservación del Suelo, una fecha para recordar que bajo nuestros pies se sostiene la vida. En Chile, es urgente pasar de la charla a la acción: más del 50% del territorio presenta algún grado de degradación, lo que podría representar pérdidas estimadas en 42 mil millones de pesos, amenazando nuestra seguridad alimentaria, hídrica y climática.
La erosión, compactación y pérdida de materia orgánica, no son eventos aislados, sino síntomas de un modelo extractivo que ha agotado la base productiva de los suelos. El profesor Rattan Lal, Premio Mundial de la Alimentación 2020, lo resume así: “La salud del suelo es la piedra angular de la salud humana y ambiental”. Y advierte que, sin suelos vivos y fértiles, no hay capacidad de los sistemas agrícolas para resistir las crisis climáticas, ni de las sociedades, para adaptarse a ellas.
El suelo regula el ciclo del agua, modula las emisiones de gases de efecto invernadero y es la mayor reserva de carbono terrestre. Su pérdida no es solo ecológica: es económica y social. La FAO estima que su degradación reduce el rendimiento de los cultivos hasta un 50% en zonas afectadas. En este escenario, no se puede hablar de sostenibilidad sin poner el suelo al centro de la ecuación. Frente a esta urgencia, Chile ha comenzado a discutir una Ley Marco de Suelos. Si bien representa un paso importante, es esencial que esta normativa no se quede como un marco agrícola limitado, sino que avance hacia una gobernanza efectiva, con presupuesto, educación ambiental y ordenamiento territorial que considere la multifuncionalidad del suelo.
Las soluciones están a la mano: rotación de cultivos, biofertilizantes, compostaje, manejo integrado de cuencas y sobre todo, un cambio cultural que reemplace la lógica de insumos por la de procesos ecológicos. La ciencia ha demostrado que suelos ricos en materia orgánica aumentan la capacidad de retención de agua y nutrientes, mejoran la productividad y reducen el riesgo de pérdidas frente a eventos extremos.
Como señaló Hans Jenny, uno de los padres de la edafología moderna: “El suelo no es un recurso renovable a escala humana”. No basta con conmemorar. Hay que tomar posición. El suelo no se hereda: se defiende. Y hoy, defenderlo es asegurar futuro, resiliencia y sustento para las generaciones venideras.