En una de las zonas más afectadas por la contaminación industrial del país, un grupo de mujeres volvió a cultivar gracias a camas altas -estructuras elevadas que separan los cultivos del suelo contaminado— e invernaderos que las aíslan del suelo y de la polución.

En la denominada zona de sacrificio que abarca Quintero y Puchuncaví, la presencia histórica de complejos industriales ha dejado una profunda huella ambiental en el aire, el agua y el suelo.

En este contexto, el proyecto “Polo de desarrollo hortícola sustentable en Puchuncaví-Quintero”, apoyado por la agencia FIA (Fundación para la Innovación Agraria) y ejecutado por Oberwelt SpA, busca demostrar que la agricultura y la floricultura pueden desarrollarse de manera segura y sostenible en un territorio afectado por la contaminación y la escasez hídrica.

Cuatro pequeñas productoras —dos de Quintero y dos de Puchuncaví— de ambas comunas instalaron unidades demostrativas en sus viviendas, donde cultivan hortalizas y flores en camas elevadas e invernaderos, técnicas que evitan el contacto con el suelo contaminado, optimizan el uso del agua y mejoran sus condiciones de trabajo y bienestar.

 

MEJORES CONDICIONES DE TRABAJO PARA LAS AGRICULTORAS

La ejecutiva de innovación de FIA, María José Alarcón, expreso que este sistema mejora mucho la calidad de vida de las productoras, ya que las camas en altura permiten trabajar de pie, sin el esfuerzo físico que implica la agricultura tradicional.

“Lo más importante fue haber evaluado la producción bajo invernadero para ver si tenía efecto en la disminución de los contaminantes ambientales. Los resultados son promisorios: se observan valores más bajos en la carga de metales pesados en los alimentos”, según destacó.

La coordinadora del proyecto Gabriela Verdugo relató que algunas de las agricultoras cultivaron flores como lisianthus, lilium y limonium y otras hortalizas como lechugas, acelgas, espinacas, pimentones, ajíes, cebollines y frutillas. Según explicó “demostramos que producir flores es un buen negocio: una sola mesa puede generar entre 200 y 300 mil pesos por ciclo, y con dos invernaderos se puede llegar a 900 mil pesos al año”.  Agregó que “esto abre una posibilidad real para que mujeres mayores o con poca movilidad puedan sostenerse con una actividad limpia, rentable y compatible con las condiciones ambientales de la zona”.

El representante regional de Valparaíso, Andrés Gálmez, destacó la importancia de esta experiencia en territorios considerados “zonas de sacrificio”, donde el mayor desafío es la comercialización de los productos. “Las productoras venden a precios muy bajos a intermediarios. Si se asociaran para vender en volumen, podrían mejorar sus ingresos y tener más poder de negociación”.

En relación a los contaminantes presentes en la zona dijo que otro hallazgo importante de este proyecto es que pese a que es posible producir alimentos más limpios, el cadmio sigue siendo un desafío. “Lo interesante es que incluso fuera de la zona de sacrificio se detectan niveles similares, lo que muestra que el problema es más amplio de lo que se pensaba”, según dijo.

 

ES POSIBLE RECUPERAR LA AGRICULTURA

Para las agricultoras, el cambio ha sido tanto productivo como personal. Alviana Valdivia, de La Chocota, en Puchuncaví, relató cómo este sistema le permitió continuar con su oficio pese a sus problemas de salud. “El proyecto fue maravilloso. Antes cultivaba en el suelo y ya no podía seguir, pero trabajar a un metro de altura me devolvió la posibilidad de producir. Ahora puedo moverme con menos dolor y seguir cultivando mis hortalizas”.

Finalmente, la experta María Elena Quevedo, coordinadora externa del proyecto, subrayó el potencial del sistema. “Se puede cultivar prácticamente cualquier especie con raíces de hasta 15 centímetros. Con buena elección de variedades y una gestión adecuada, la producción es simple, limpia y muy rentable. Una agricultora podría obtener incluso más que un sueldo mínimo al año”.

 

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Equipo Prensa
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