Por Max Echeverría, CEO de Eskuad
Cuando hablamos del futuro del trabajo, la mayoría de las conversaciones giran en torno a la consolidación del teletrabajo en muchos sectores, la automatización creciente de los procesos y las enormes aplicaciones de la inteligencia artificial. Pero mientras imaginamos oficinas virtuales y colaboradores conectados desde cualquier lugar del mundo, disfrutando las bondades de una penetración del 98% de smartphones y una cobertura móvil de 4G o 5G en zonas urbanas, olvidamos que millones de personas realizan sus labores lejos de un escritorio y muchas veces también lejos de una conexión estable a internet.
Es la realidad de quienes trabajan en faenas mineras, forestales, agrícolas, en obras de construcción o en labores de logística y transporte. Mujeres y hombres que sostienen algunas de las vigas maestras de la economía, pero cuyas necesidades tecnológicas se encuentran postergadas. Y es justamente ahí donde está el verdadero desafío del futuro del trabajo: dignificar y potenciar la labor en terreno.
Hoy en día, todavía es común que los operarios anoten datos en formularios de papel para luego traspasarlos manualmente a sistemas digitales. Un proceso que es tan ineficiente como riesgoso: la información puede perderse, los errores se multiplican y los tiempos de respuesta se alargan. En pleno 2025, cuando la inteligencia artificial ya asiste en la redacción de correos o en la creación de modelos financieros complejos, resulta contradictorio que una persona que está a cargo de la seguridad en una mina, por ejemplo, todavía dependa de una libreta.
La transformación digital, por lo tanto, no puede seguir entendiéndose únicamente como una estrategia de “oficina conectada”. El futuro del trabajo exige repensar cómo integramos a los trabajadores de campo, cómo les damos acceso a herramientas simples, seguras y adaptadas a su realidad. Porque no se trata solo de modernizar procesos, sino de generar una verdadera equidad tecnológica.
Aplicaciones y plataformas que funcionan incluso con baja conectividad, interfaces que no requieren ser un experto en software para utilizarlas y soluciones que ponen en el centro a quienes realmente conocen los problemas, son tan necesarias como escasas. Por eso no debemos circunscribir la innovación únicamente a la oficina central, si no abrir espacios para que los mismos equipos en terreno puedan diseñar y mejorar sus propias herramientas, con una IA a la medida de las necesidades del terreno y que funcione de forma local.
Una plataforma no-code, por ejemplo, permite a un operario forestal configurar un formulario digital a la medida de su tarea diaria sin esperar semanas a que el área de sistemas le desarrolle una aplicación. Un supervisor puede generar reportes automáticos en minutos y enviarlos en cuanto tenga señal, sin necesidad de cargar pilas de papeles a la oficina. Así, lo que antes era un ámbito de competencia exclusivo de programadores, hoy puede estar en manos de quienes conocen de primera fuente los desafíos del trabajo en terreno.
La digitalización del campo laboral también tiene implicancias culturales. Muchas veces, cuando se piensa en innovación, se nos vienen a la cabeza startups, hubs tecnológicos y ciudades inteligentes. Pero la verdadera innovación en países como Chile debe también apuntar a la minería, la agricultura o la construcción: sectores tradicionales que generan gran parte del empleo y que pueden aumentar fuertemente su productividad si integramos tecnología diseñada especialmente para sus necesidades.
En un país con desafíos geográficos enormes como el nuestro, es urgente cerrar las brechas digitales en zonas aisladas. Si de verdad queremos hablar del futuro del trabajo, no basta con pensar en oficinas más cómodas o en reuniones por videollamada. Incluyamos en la conversación a quienes día a día trabajan con casco, botas o uniforme, para garantizarles acceso a tecnologías que mejoren su rendimiento laboral y su calidad de vida.
El futuro del trabajo no será completo hasta que también sea el futuro del trabajo en terreno.