El cambio climático no solo está derritiendo glaciares o intensificando las sequías. También está poniendo en riesgo a organismos invisibles, esenciales para la vida en la Tierra: los microbios del suelo.

La biodiversidad microbiana de un terreno, que incluye bacterias, hongos, arqueas y protistas, cumple un rol insustituible en el funcionamiento de los ecosistemas. Son estos microorganismos los que reciclan nutrientes, regulan el clima, descomponen materia orgánica y favorecen la fertilidad de estos. Sin embargo, investigaciones recientes, incluida una liderada por nuestro equipo en Universidad de Las Américas, sugieren que el cambio climático podría provocar la extinción de múltiples grupos microbianos. Esta pérdida tendría consecuencias profundas sobre la salud de los ecosistemas y sobre los servicios ecosistémicos que dependen de ellos, como la producción de alimentos, la regulación hídrica y la captura de carbono.

Lamentablemente, solemos tener una percepción negativa de los microbios, asociándolos casi exclusivamente con enfermedades. Esta visión es profundamente equivocada. Se estima que menos del 1% de los microorganismos conocidos son patógenos para los seres humanos. El restante 99% cumple funciones cruciales para el planeta, para los ecosistemas e incluso para nuestra propia salud. Ignorar su valor ecológico podría llevarnos a tomar decisiones que, sin saberlo, comprometan el bienestar colectivo.

A medida que aumentan las temperaturas y se modifican los patrones de humedad, muchas especies microbianas no logran adaptarse con la rapidez necesaria. Esto pone en riesgo la estructura funcional del suelo, disminuye la resiliencia de los ecosistemas y podría afectar gravemente la seguridad alimentaria en el mediano plazo.

Las consecuencias del cambio climático, sin embargo, no se limitan al suelo. También están afectando la distribución geográfica de vectores de enfermedades transmisibles, como mosquitos y garrapatas. Ya se ha documentado en Chile y en muchas otras regiones del mundo cómo estos vectores están colonizando nuevas áreas impulsados por el aumento de las temperaturas. Esto incrementa el riesgo de brotes epidémicos de enfermedades como el dengue, el zika o la enfermedad de Lyme, algunas de las cuales hasta hace poco eran impensables en el territorio nacional.

Frente a este escenario, es urgente que la sociedad en su conjunto, incluyendo a la ciudadanía, el sector público y el privado, impulse acciones decididas y sostenidas. Como ciudadanos, debemos reducir nuestra huella de carbono, preferir productos locales y sostenibles, y participar en instancias de educación ambiental. Cada elección cotidiana, por pequeña que parezca, cuenta. Desde el sector público se requiere fortalecer la protección de los ecosistemas, incluir el monitoreo microbiano en programas de conservación y promover políticas climáticas ambiciosas, con metas claras de mitigación y adaptación. Por su parte, el sector privado tiene la responsabilidad de invertir en innovación verde, adaptar sus procesos productivos a estándares sostenibles y fomentar la investigación aplicada que permita desarrollar tecnologías resilientes al cambio climático, el cual no es una amenaza futura, es una crisis presente. Y sus impactos, aunque muchas veces invisibles, ya están socavando las bases mismas de la vida en el planeta. Es tiempo de actuar con decisión y responsabilidad para proteger lo visible y lo invisible.

 

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Equipo Prensa
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