Hasta ahora, la cereza chilena era la joya del sector frutícola, con exportaciones que superaron los US$2.000 millones. Sin embargo, esta última temporada mostró que el modelo actual se está agotando: sobreoferta, caída de precios cercanas al 50%, colapsos logísticos, dependencia extrema de un único mercado (China), guerra arancelaria y la irrupción de nuevos competidores.
Las pérdidas totales, estimadas en US$ 1.500 millones para la temporada 2024 -2025, no golpean solo a grandes exportadores, sino que a pequeños y medianos agricultores.
Este episodio dejó claro que producir bien ya no basta. Durante años apostamos todo a la cereza, pero nos olvidamos de diversificar mercados, de agregar valor y de invertir en investigación y desarrollo de productos derivados.
Claro está, que la solución no pasa por arrancar cerezos, sino por repensar esta industria. Desde las universidades hemos visto oportunidades para desarrollar nuevos productos: liofilizados, nutracéuticos, ingredientes funcionales, destilados, cosméticos y muchos otros. Y también para innovar en servicios: logística inteligente, trazabilidad, tecnologías de postcosecha, plataformas de comercio electrónico directo, etc.
Si queremos que nuestra agricultura deje de ser vulnerable a las tormentas del comercio internacional, debemos construir un ecosistema frutícola más resiliente, diverso y sofisticado. Eso requiere financiamiento con visión de largo plazo, articulación público-privada real y políticas que incentiven la transformación productiva.
Juan Pablo Romero Valdés
Ing. Civil Industrial MBA MGCI
Coordinador Centro de Emprendimiento e Innovación
Universidad Autónoma de Chile